Voy a permitirme escribir hoy sobre un caso personal, que como todo caso personal, no suele ser muy ajeno para mucha gente. Mas concretamente voy a hablar de mi hija Julia, ocho meses tiene la criatura y, que voy a contar, es la noticia más interesante que veo cada día.
El caso es que con sus ocho meses, según todos los entendidos de la materia, tiene que empezar a comer purés y papillas. En vista de los continuos intentos fallidos: cierra la boca, gira la cabeza, o su último hallazgo, hacer pedorretas y ponerlo todo perdido, sus padres nos hemos planteado que igual algo no iba bien. Después de leer algunos libros, charlar con el pediatra y comentarlo entre nosotros, hemos llegado a la conclusión, bastante obvia después de todo, de que igual no los quiere (la teta resulta bastante más interesante y saludable) y hemos decido no tener prisa y darle trozos de verdura sólidos, de tal manera que ella investigue, toque, mire y cuando lo vea interesante, coma, ya que de momento con la lactancia materna tiene alimento mas que suficiente.
La verdad es que no come mucho, no debe quedarse con mucha hambre después del pecho, pero vale la pena observarla. Al principio miraba los trozos de verdura con un poco de desconfianza, al rato empezaba a tocarlo, no sin cierta cara de extrañeza, poco después acabó ya en sus manos, lo estrujaba, lo esparcía por todos lados y más tarde se empezó a meter en la boca los pequeños trozos que habían quedado de la batalla y, sorprendentemente, le gusto.
Me dirigía a la facultad esta mañana todavía recordándolo y me preguntaba si no nos habrán metido desde pequeños la mayoría de las cosas demasiado trituradas; si no habremos ido a una escuela con demasiadas asignaturas prefabricadas; si no habremos encontrado un mundo después tan triturado, donde tan poco había que preguntarse y cuestionarse, que sólo ha sido posible tragárselo tal cual y adaptarse lo más posible a su sabor. Se nos habrá olvidado así, mirar con ojos curiosos, se nos habrá olvidado tocar, experimentar, probar, decidir, descomponer las cosas, volver a componerlas de otra manera…
Desgraciadamente puede que sí, pero de momento tengo la suerte de tener a Julia para recordármelo todos los días.
Muy buena la analogía y una monada lo que cuentas de tu hija Julia, enternece.
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